En
estos días de sobresaltos financieros y económicos en que la crisis griega
parece ya un acontecimiento lejano y el punto de mira bascula ahora de un lado
a otro del Atlántico (del problema del déficit americano al problema de la
deuda europea) dibujando un escenario de recesión global, es primordial
repensar la situación desde una óptica eco-social y abrir un debate
multidisciplinar de cara a dotarnos de un programa económico que sea a la vez
realista y utópico, crítico y propositivo, audaz y pedagógico.
Y eso
porque parece que estuviéramos atrapados entre dos únicos caminos o relatos de
la crisis. El primero, y principal por hegemónico, el llamado neoliberal que
propone como única posible vía de salida de la crisis el asalto al erosionado
Estado de Bienestar (muy especialmente a la seguridad social, al sistema
público de pensiones, a la educación pública...) la precarización de la fuerza
laboral, la privatización de los servicios públicos y políticas de austeridad
en el gasto público que en nombre de la estabilización fiscal y para satisfacer
a los todopoderosos mercados financieros son contractivas del consumo y la
economía, generando más desempleo, pobreza y
dualización social. Estas políticas nos conducen necesariamente a un
ciclo recesivo en que la recuperación especulativa financiera no paliará la
destrucción de empleo y de capacidad productiva real, y en el que un Estado sin
recursos no podrá seguir sosteniendo las políticas asistenciales que aún
sujetan la cohesión social. Este programa neoliberal es coherente con el hecho de que en el capitalismo global la
forma hegemónica del beneficio es la renta financiera y no la producción ni el
consumo como en las etapas anteriores del capitalismo. De algún modo se puede
decir que las élites neoliberales han llevado a cabo una ruptura unilateral del
“pacto social keynesiano” y aún liberal, incumpliendo la promesa y el proyecto
de que el desarrollo de las fuerzas productivas
liberarían al ser humano de la escasez y la pobreza, y apostando por contra por
profundizar las líneas de expolio social y ecológico en favor de los rentistas
financieros aunque esto destruya las condiciones mismas de la recuperación y el
crecimiento a medio plazo. Se puede afirmar que este relato neoliberal está
deviniendo en una peligrosa forma de nihilismo que sólo plantea una huida hacia
adelante del capitalismo, sin proyecto civilizatorio alguno, sin promesa de un
futuro mejor, una auténtica regresión o reducción al caos que sólo contiene la
posibilidad espantosa de una refeudalización de la relaciones sociales en medio
de un colapso ecológico aterrador. Este nihilismo que ya podemos oler en el Tea
Party o en el PP o incluso la CDU de Merkel, está muy alejado y casi en las
antípodas de la tradición liberal, y aderezado con elementos discursivos
teológicos, reaccionarios y ultraconservadores se asemeja más a una deriva neo
o postfascista, en la que el Estado sólo
servirá ya para cargar los costes de la crisis sobre las clases más humildes y
sobre la naturaleza y para asegurar el control duro y represivo del orden
social. A este marco de huida hacia adelante se añade, en nuestros lares, la
subordinación servil de las instituciones europeas a los intereses de los
rentistas financieros, el reciente euroescepticismo de las élites alemanas y la
incapacidad de Europa para resituarse ante el giro geoestratégico de la
globalización y la nueva división internacional del trabajo impuesta por el
ascenso de las potencias emergentes fundamentalmente, pero no sólo, asiáticas.
Frente a este relato omnipresente y totalitario sólo parece alzarse otro
pero que es apenas un balbuceo: el discurso reformista, tibiamente
socialdemócrata, añoranza del keynesianismo, sin fuerza política y sin proyecto
viable más allá de una mera resistencia testimonial cuando los partidos
socialdemócratas están en la oposición, resistencia que se desdibuja o se
traiciona en cuanto llegan al gobierno y la “real politik” de sumisión al FMI y
los mercados se impone. Coincidimos con estos críticos keynesianos en la
denuncia de que las políticas de austeridad y control del gasto público
contribuyen a la contracción de la economía real, a la disminución del consumo
y a la creación de más desempleo. Pero no podemos ir más allá porque sus
alternativas son más bien nostalgia del capitalismo fordista o de producción,
nostalgia del crecimiento constante y exponencial, nostalgia de una burguesía
con proyecto histórico, nostalgia de una época en que los recursos fósiles y
naturales parecían infinitos y la frontera agraria aún era ampliable… y todo
esto ha acabado, los parámetros son muy otros y la cuestión del crecimiento, a
la que los reformistas apuestan todo, no puede plantearse sin preguntarse
acerca de los límites sociales y ambientales en un mundo saturado antrópicamente,
con los recursos naturales sobreexplotados y la amenaza global del cambio
climático. Es decir, hablar de crecimiento cuando las condiciones materiales de
la producción y la reproducción social y natural están siendo socavadas y
destruidas, irreversiblemente en muchos casos, no es realista, ni ético, ni
inteligente, y acaba apuntalando los argumentos de los nihilistas neoliberales,
que campan como vemos a sus anchas, inmunes por ejemplo a los malabarismos
socialdemócratas de un Rubalcaba escanciando vino nuevo en los viejos odres del
PSOE de la Otan y el Gal.
Frente a este relato en la práctica suicida del mando capitalista y
frente al pataleo reformista de la inane socialdemocracia es urgente otra
lógica, otra forma de pensar la economía, otras vías de salida de este
escenario cruel y catastrófico que posibiliten el inicio de la transición a una economía
postdesarrollista y postfosilista. Para ello se requiere salir de ese mantra
totalitario del crecimiento y de la autonomía despiadada de lo económico para
plantear la cuestión central del gobierno, la regulación y la planificación
políticas de la economía y de los mercados. Esto remite, en primer lugar, a un
proceso de identificación democrática de las necesidades sociales y de las actividades económicas útiles y
necesarias para cubrir esas necesidades sociales. En este mismo proceso habrá
que identificar también que actividades son superfluas, inútiles e incluso
destructivas y que consiguientemente habrán de ser reestrucuradas o
directamente eliminadas, y aquí no sólo hemos de referirnos a lo obvio:
armamentismo, publicidad, monarquía, etc sino que también habrá que juzgar
criticamente el papel de la burbuja financiera que está contribuyendo a
destruir la capacidad productiva real y el empleo y que si no explota
catastroficamente en los próximos meses o años (algo nada descartable) habrá
que desinflar y disciplinar políticamente. Luego volvemos a este tema.
En
segundo lugar es obligatorio cuestionar la identificación entre renta y
salario. Cuando hay millones de personas en paro sin esperanza de reingresar en
la relación salarial, cuando hay millones de personas empleadas en oficios y
labores inútiles, presindibles e incluso dañinas para la salud social y
ambiental, cuando al otro lado millones de personas, mayoritariamente mujeres,
trabajan en actividades indispensables de reproducción social sin recibir
salario por ello y al mismo tiempo los capitales financieros asaltan y
erosionan el “salario indirecto” que proporcionan los servicios públicos, hay
que reivindicar la redistribución de la riqueza sin crecimiento económico e
incluso con decrecimiento del PIB y el reparto del trabajo útil socialmente en
el marco de una disminución del monto total de Trabajo Social a causa de la reestructuración, transformación y abandono
de las actividades productivas-destructivas. Una Renta Básica de Ciudadanía
financiada con impuestos directos progresivos especialmente sobre las rentas
financieras y especulativas, de la mano de la reducción sustancial de la
jornada de trabajo (hacia las 21 horas semanales) son un paso posible y
necesario para empezar a distribuir mejor la riqueza social y poner coto a la
infame y creciente desigualdad social. Frente a los discursos archirrepetidos
de la necesidad de austeridad (austeridad para la sociedad y el trabajo vivo,
pero no para las élites, los rentistas y las clases medias-altas), de la
necesidad de ser más competitivos y crecer antes de crear empleo hay que
responder que el problema está mal planteado, no se trata de trabajar más sino
menos y mejor, no se trata de crear más riqueza sino de repartir mejor la mucha
que ya hay, porque el problema en nuestras sociedades europeas no es de falta
sino de exceso de riqueza. El problema es la riqueza mal repartida,
especialmente esa riqueza financiera que despegada ya de cualquier referencia
material y produciva se ha convertido en una burbuja financiera que en su ciego
movimiento de revalorización a cualquier precio ha devenido una fuerza destructiva para el ecosistema
global, para la democracia y para la paz y la cohesión social (y escribo esto
en medio del estallido de desesperación de los “enrages” londinenses). Incluso
la pervivencia del propio capitalismo está amenazada por este agujero negro de
la dictadura de las finanzas especulativas, y de ahí que lo califiquemos de
nihilismo. Contra estos discursos de austeridad, reducción del déficit público
y disminución del peso del sector
público en la economía tenemos que proponer otra política pública a la vez
muy expansiva en el gasto en algunas
áreas y muy restrictiva y rigurosa en
otras, y un cambio radical en la política fiscal y en la organización de las
instituciones públicas. Políticas expansivas del gasto público para la
reconversión ecológica de la economía, para el desarrollo de una estrategia de
autosuficiencia y descentralización energética, para la consecución de altos
niveles de soberanía alimentaria, para el desarrollo y profundización de
políticas sociales con preeminencia de las tareas de reproducción social y
cuidado de la vida en sentido amplio, para el desarrollo educativo, cultural y
de la investigación científica, para la implementación de la Renta Básica y la
eliminación de la precariedad y la sobreexplotación laboral, para la regeneración
ambiental y la protección de la biodiversidad… políticas todas caras, sin duda,
a financiar en parte con una nueva política fiscal verde y progresiva y en
parte con unas paralelas restricciones presupuestarias en el gasto
militar-policial, con el fin de las políticas criminales de socialización de
pérdidas y privatización de beneficios, con el fin de las subvenciones a la
farmaindustria, a la iglesia católica, a las eléctricas, a las nucleares, al
agrobusiness, restricciones drásticas de la burocracia y de la clase política
profesionalizada (perfectamente sustituible por la ciudadanía autodeterminada y
empoderada) y un radical replanteamiento democrático y descentralizado de la estructura
institucional del Estado.
Si
los discursos desarrollistas se aferran a la idea de que sólo mediante una
recuperación del consumo privado (el público está literalmente tutelado y
recortado por las fuerzas financieras a
través de la presión especulativa sobre las deudas soberanas) se puede promover
la recuperación económica y sólo después vendrá la creación de empleo, nuestra
línea de intervención política ha de situarse en otras coordenadas: la gestión
generalizada de la demanda para poder cubrir el máximo de necesidades sociales
con el menor impacto energético y ecológico, o de otro modo dicho: cualquier
programa económico plausible hoy día pasa por una reducción muy significativa
de la huella ecológica y el transumo de nuestro aparato productivo y por ello
no podemos contemplar la contracción del consumo privado como un problema sino como algo absolutamente
necesario, pero lo que es absolutamente intolerable por injusto es que esta
reducción del consumo se acometa sobre las clases más bajas cuya huella
ecológica es sustentable o casi y no se recorte el consumo desmedido, suntuario
y nocivo moralmente de las élites, de
las clases altas y medias que es donde se acumula la parte del león del
desastre ecológico. Además de los cambios estructurales, normativos y políticos que requiere esto, también es
urgente una auténtica revolución cultural que desplace del imaginario colectivo
muchos de los elementos que identifican nuestro modo de vida hiperconsumista e
hipermovilizado… y es esta una labor prioritaria de pedagogía política
ciudadana a la que el programa económico verde debe contribuir al señalar con
audacia los límites físicos y morales de la locura desarrollista y proponer una
línea de fuga no desarrollista, no competitiva y no insolidaria, quizá utópica, pero utopia
positiva contra la distopia de pesadilla que nos sirve el capitalismo
financiero en su deriva nihilista.
La
relación entre lo público (no identificado sólo con lo estatal) y el sector
financiero requiere un largo análisis y debate, pero en línea con lo dicho
anteriormente habría que proponer medidas valientes en una estrategia de
imposición de un control democrático de las finanzas, del crédito y de la banca
para poner fin a la exacción de recursos y
riqueza común a que estamos sometidos por parte de los todopoderosos
rentistas financieros. Por ejemplo habría que dejar quebrar a los bancos al
modo islandés (y juzgar a sus
responsables) y en todo caso
nacionalizarlos sin retorno al sector privado una vez saneados (al contrario de
lo que se va a hacer con la CAM). La defensa contra el chantajes de los
mercados no es una agencia de “rating” europea, ni siquiera los eurobonos, sino
una poderosa banca pública controlada democraticamente, o mejor: muchas bancas
públicas coordinadas a nivel europeo que reinviertan el ahorro colectivo en
aquellas actividades sociales priorizadas por la sociedad autoorganizada y
autodeterminada y que puedan hacer frente a las fuerzas destructivas del
capitalismo financiero. Habría que cuestionar radicalmente la preponderancia de
los valores de cambio sobre los valores de uso y de ahí denunciar el absurdo del juego
bursatil y de la especulación financiera especialmente cuando estos juegos
monetarios se despliegan sobre y contra las necesidades más básicas de toda
población: la alimentación, la vivienda… ni los alimentos, ni la vivienda se
debieron convertir nunca en activos financieros con los que apostar en la bolsa
de Chicago o en nuestra burbuja inmobiliaria (por no hablar de que es
precisamente la especulación con activos inmobiliarios la que ha provocado la
actual situación de crisis económica). Los efectos de este perverso juego
saltan a la vista dramaticamente: desde las hambrunas y la ruina de los
pequeños agricultores al desastre laboral, territorial y ecológico de nuestro
boom inmobiliario particular. Hay que desandar ese camino: en cuanto a la
vivienda con un cambio de la fiscalidad, con la promoción de la vivienda
pública en alquiler, de la auto y bioconstrucción, con la condonación de las
deudas por vivienda de las familias con menos recursos y en riesgo de exclusión
social… Y en cuanto a los mercados alimentarios hay que apostar por una
intervención decidida de lo público en apoyo de los pequeños productores, de la
seguridad y la soberanía alimentarias, en apoyo de los espacios rurales, de la
agroganadería ecológica, con medidas proteccionistas de los mercados
regionales-estatales que implican la ruptura con la OMC y probablemente también
de la PAC europea si su reforma, como parece, va a seguir favoreciendo a las
multinacionales del agrobusiness, a las agroquímicas y los grandes
terratenientes. Así de duro, así de difícil, salir de las lógicas del
capitalismo financiero no es un camino de rosas, pero no hay otra esperanza
posible.
Y lo
mismo en cuanto a la cuestión de las deudas soberanas, en tanto que esas deudas
sean juzgadas por la ciudadanía como lo que son: deuda ilegítma, deuda tóxica,
o deuda nihilista que destruye los bienes y espacios públicos ( mediante, entre
otras, privatizaciones del patrimonio público), y que fue contraída al margen
y en contra de las poblaciones, las
entidades financieras y las bancas privadas tendrán que aceptar quitas
sustanciales de deuda pública, aunque impliquen su quiebra, la ciudadanía
consciente siempre preferirá que quiebren los parásitos rentistas a que lo
hagan los países periféricos de la eurozona, es decir: sus pueblos, sus clases
bajas y medias que son las que siempre
pagan los platos (y ecosistemas) rotos de la economía financiarizada. Otro
capítulo complejo de la perversión financiera global es el referido a la evasión
fiscal, los paraisos fiscales, y el gran volumen de capitales originados en la
economía criminal: tráficos de armas, drogas, personas, órganos…, cada fleco de
esta economía negra requiere su estrategia de lucha global y local, pero en
cuanto al tema de las drogas es más que evidente que el mejor arma para
desmontar el entramado del narco es la despenalización del consumo y la
autoproducción, o/y la legalización. En
nuestro país y sólo en referencia a una sola droga, el cannabis, su despenalización y cultivo
no sólo aliviaría mucho la sobrepoblación carcelaria y ahorraría gastos
policiales y judiciales, sino que además supondría un estímulo económico y no
sólo por los miles de millones que se van a las manos de la mafia marroquí
todos los años. Antonio Escohotado en su libro La cuestión del cáñamo, analiza
y defiende desde un punto de vista estrictamente liberal esta posibilidad…
Sin
duda este giro copernicano en la política económica no estará exento de
conflictos de clase al trasladar las políticas de austeridad y rigor de las
clases bajas a las altas, ni estará exento de sacrificios y cambios en el modo
de vida hiperconsumista y derrochador… y
quizá implique la salida del Euro (toda vez que esta moneda siga sirviendo
exclusivamente a los intereses de las élites alemana y francesas, por otro lado
cada vez más euroescépticas y tan ciegas en su cortoplacismo que es posible que
ellas mismas hagan implotar el proyecto europeo y nos ahorren el esfuerzo de
finiquitar el euro) y el retorno a
políticas de protección de los mercados estatales y regionales, y todo este
camino acompañado del boicot y el ataque de los inversores privados, de las
derechas propias y ajenas, de los organismos de la gobernanza capitalista
global (FMI, BM, OMC…), y hasta del papa corrupto de Roma… El camino que
proponemos es arduo y difícil, sin duda,
pero lo que promete es un tránsito justo y ordenado a una sociedad
postdesarrollista más solidaria y humana, con una sustancialmente menor huella
ecológica, plenamente democrática y más justa inter e intrageneracionalmente…
esto o dejarnos arrastrar a un mundo de pesadilla que ya se dibuja en el
horizonte nihilista neoliberal: hambrunas masivas como las del cuerno de
Africa, dualización social cada vez más exacerbada, cambio climático, desastres
nucleares y químicos, erosión catastrófica de la biodiversidad y de las
riquezas naturales, guerra, violencia y anomia social (Londres, el
esquizofascista de Oslo, Siria, Libia, Afganistán…) etc.
Habrá quien piense que un programa económico así no es muy atractivo…
pero es lo que hay y creo sinceramente que si se explica y se razona
convenientemente mucha gente puede entenderlo, compartirlo, mejorarlo y
defenderlo en las urnas, en las asambleas, en las calles… porque al fin y al
cabo somos la única fuerza que apuesta por la esperanza, por la justicia social
y el amor a la madre tierra y esto interesa a tod@s (incluídas en este
tod@s las generaciones venideras y las
otras especies) aunque todavía much@s no lo sepan… pero todo se andará.
Fernando Llorente. Colaborador habitual revista "La Solana".
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