Hace tiempo, señor ministro, que pienso en escribirle una carta.
Aunque las ideas sobre lo que quiero decirle las tengo muy claras, he de
reconocer que hasta hace unos días había podido el “un día de estos”.
Pues bien, ese día llegó y lo hizo con una enorme contundencia en el
momento en el que usted decidió volver a la carga con el tema del
aborto. La contundencia del día se vio francamente reforzada por la
carta le escribió Merche Negro; me dije si ella la escribe como madre, yo lo haré como mujer sin hijos ni hijas.
Señor ministro, tengo 38 años, soy soltera, no soy madre y, de
momento, sin necesidad de serlo; soy feminista y económicamente
independiente desde hace más de 15 años, tiempo en el que he ejercido mi
profesión con honestidad, responsabilidad y mucha satisfacción.
Disfruto sana y gustosamente de mi cuerpo cuando, como y con quien me
apetece. Apuesto a diario por un mundo en el que la justicia social
prime por encima de cualquier otra cosa y me sumo activamente a las
propuestas que contribuyen a la dignificación de la vida de las personas
y del planeta en el que vivimos. Supongo que estas no son las
características de una “mujer libre” y como Dios manda, pero fíjese que yo me siento muy libre, muy mujer y muy orgullosa de ello.
Permítame que le diga que muchas mujeres no sentimos ese supuesto
instinto maternal al que ustedes hacen referencia de manera obsesiva.
Reconozco, eso sí, que tengo muy bien desarrollado (como no podría ser
de otra forma en el sistema patriarcal en el que nos hacemos mujeres) mi
sentido del cuidado a los y las otras. Tal vez haya sido ese
sentimiento y mi conciencia de ciudadana del mundo los que me han
llevado a trabajar en distintos continentes por más de 10 años.
En mis viajes he observado violaciones de derechos humanos que, de la mano del Consenso de Washington,
se presentaban torticeramente como un compromiso por la mejora de la
vida de las poblaciones. Tal vez soy muy ingenua, pero nunca pensé,
señor Gallardón, que un día vería en mi país el mismo atropello
–sistemático e impúdico– del bien público, de los derechos ciudadanos
conseguidos tras largos años de luchas sociales. Me temo que, de aquí a
diez años, será tristemente interesante conocer nuestro Índice de Gini.
Este tema daría para muchas cartas que dejaré para otro momento no sin
antes sugerirle que tal vez, como ministro de Justicia, debería decir
algo sobre el mayor recorte en derechos que se haya producido en nuestra
historia reciente. Ahí lo dejo, por si acaso decide asumir plenamente
la responsabilidad que le corresponde. to
Dicho esto, vayamos al tema que nos ocupa. Antes de nada, me gustaría
pedirle que deje de tratarme, a mí y a todas las mujeres, como si
fuéramos incapaces; aunque usted no lo crea, somos inteligentes y
tenemos una enorme capacidad de raciocinio. No decida por nosotras; no
somos Doris Days, amas de casa sumisas, de cabellos repeinados y
mandiles impolutos que cocinan, planchan y hasta cantan el Qué será,
será, con una sonrisa permanente mientras atienden a su maridito. Tal
vez a su colega Arenas
no le guste, pero, mire usted, no lo somos. Más bien somos Cármenes
Maura que a diario sacan adelante su vida y la de otras muchas personas
preguntándonos qué hacemos en un sitio como este.
No voy a entrar a analizar al detalle sus propuestas a la ley y sus
nefastas consecuencias porque ya lo hace muy bien Merche Negro y no
quisiera repetir lo ya dicho. Me gustaría, eso sí, ahondar en un algunas
cuestiones que se derivan de sus declaraciones. En primer lugar, aunque
nunca he estado embarazada, le aseguro puedo imaginar el torrente de
interrogantes y vaivenes que una siente cuando es consciente de ello.
Como también puedo imaginar el tsunami de otro tipo, desasosegante y
complejo, que te atrapa cuando te planteas abortar. Eso, señor
Gallardón, los hombres nunca podrán saberlo.
El cuerpo de las mujeres siempre ha sido utilizado como campo de
batalla, como objeto de dominación y control por los sistemas
patriarcales y machistas. El cuerpo femenino es constantemente sometido a
normas estrictas de control cuyo cumplimiento o incumplimiento hace que
seamos calificadas como santas o putas. Su propuesta parte de esa
concepción profundamente injusta que (de nuevo mi ingenuidad) me
sorprende siendo usted, como es, ministro de Justicia. ¿Se ha llegado a
preguntar por qué esa normativa no es aplicable a los hombres; no le
parece profundamente injusto que otros decidan sobre nuestro propio
cuerpo?
Dice usted proteger a los más débiles; se autodefine como provida. Me
pregunto quiénes son los más débiles, de qué vida habla. ¿De la de las mujeres
que su Gobierno ha dejado sin la ayuda a la dependencia, a las más de
400.000 personas a quienes los bancos rescatados con dinero público han
expulsado de sus propias casas, a las familias a las que se les niega un
salario digno o el acceso a la salud si es que no tienen una tarjetita
de su sistema privatizado y regido por sus amigos Rato y demás,
a cuyos hijos e hijas se les restringe la educación gratuita o el
acceso a la universidad? ¿De la vida de criaturas y familias enteras
sometidas a un cruel sufrimiento, como magistralmente describe el
neurocirujano infantil Javier Esparza?
¿Se refiere a esas personas? Explíqueme, por favor, cómo garantizar una
vida digna cuando el Estado, que debiera protegerte, recorta
sistemáticamente tus derechos y te empobrece. Esa doble moral es
inaceptable; no criminalice a las víctimas.
La pobreza y quienes la producen y mantienen son tan ruines y
rastreros que cercenan hasta el derecho a la libre elección. Las mujeres
que tengan dinero para pagarlo viajarán a Londres, como lo hacían en
tiempos pasados, y quienes no lo tengan se verán obligadas a abortar de
manera clandestina poniendo en riesgo su vida. A la escandalosa cifra de
3.000 muertes, de la que hablaba Merche en su carta, hay que añadir las
mujeres que sufren problemas de salud de por vida y que no salen en las
estadísticas. Eso sí que es moralmente indecente y contrario a la
justicia social. Por cierto, ¿se ha parado analizar las consecuencias
que este tipo de políticas tienen desde el punto de vista de salud
pública? ni
Es lamentable que ignore que el aborto es un problema de salud
pública que va más allá de consideraciones políticas, religiosas o
éticas. Las Católicas por el Derecho a Decidir lo tienen muy claro, como también lo tienen las asociaciones de jueces conservadores. Quizá pueda aprender algo de ellas.
No me extiendo más, señor Gallardón. Tan sólo un pequeño recordatorio
de una cuestión que, sin duda, como ministro de Justicia, conocerá. La Conferencia de El Cairo,
de 1993, a la que España se adhirió, insta a los gobiernos a considerar
que los abortos en condiciones de riesgo son una causa importante de
mortalidad materna y “una importante cuestión de salud pública”. Además,
en aplicación del artículo 3 del Convenio Europeo de Derechos Humanos
obligar a una mujer a tener una criatura podría ser considerado
tortura. Ahí queda por si quiere informarse; si no lo hace,
probablemente sean las mujeres –esas que considera incapaces– y los
hombres –comprometidos con la igualdad de género– quienes se encarguen
de ir a Estrasburgo para que no lo olvide. te?
eldiario.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario