martes, 10 de julio de 2012

Hacia los Estados Unidos de Europa, pero cuándo


A primera vista, la Unión Europea es un ente político extraño. Los estudiosos no acaban de ponerse de acuerdo sobre si tratarlo como un Estado federal en construcción o como una organización internacional donde los diferentes estados negocian para llegar a acuerdos de cooperación y delegación de la toma de decisiones políticas hacia una entidad superior que, presumiblemente, lo hará mejor en muchos aspectos. Cabe recordar lo que hablábamos hace unas semanas respecto a centralizar o descentralizar: la idea de fondo es que hay problemas que están mejor enfrentados desde instancias más altas. Hoy por hoy, los “problemas” de este tipo que más nos preocupan se refieren a política macroeconómica, regulación bancaria y medidas fiscales: hay un consenso casi unánime en la necesidad de crear una unión fiscal, financiera y en cualquier otro aspecto macroeconómico a nivel europeo. Es posible encontrar declaraciones a favor de este objetivo no solo entre los altos funcionarios europeos, que es lógico que piensen esto, sino en Presidentes y Ministros la mayoría de Gobiernos de la zona euro. También Alemania, sí.
Si todos estamos de acuerdo, entonces, ¿por qué no avanzamos? ¿Dónde quedan los Estados Unidos de Europa?, se pregunta el ciudadano (y el analista) anonadado. La respuesta es que quedan lejos. La euforia desatada tras la última cumbre ha tardado poco en ser relativizada por los hechos de la semana posterior. Estamos un poco, pero muy poco más cerca de la Unión de lo que estábamos. ¿Por qué?
Desde luego, no es porque el problema económico de fondo tenga una solución extremadamente compleja. Durante la expansión de los últimos quince años, una serie de países entre los que se encuentra España nos endeudamos demasiado, particularmente a nivel privado, aunque cabe decir que hemos llegado a un punto en el cual es difícil distinguir a efectos prácticos entre la deuda de los bancos y de los Estados, de manera que salvar a los unos es salvar a los otros. Esta deuda tiene que ser devuelta si queremos cumplir con nuestros compromisos, y para ello tenemos dos opciones combinables: gastar menos, producir más. Ir a por ambas significa poner en común consolidación fiscal, reformas estructurales, devaluación fiscal, moderación salarial, e inflación a cambio de deuda por parte del banco central. Lo que sucede es que para llegar a esta decisión (o a cualquier otra) es necesario pasar por un proceso de negociación en algo que ni es ya un organismo internacional, ni se trata aún de un Estado federal. La crisis nos ha pillado a medio hacer, y llevamos dos años e infinitas cumbres sufriéndolo.
Simplificando mucho, cada vez que los Ministros de Economía o los Jefes de Gobierno han acudido a una cumbre desde enero de 2010 (antes del primer rescate a Grecia), tenían que elegir sobre los siguientes aspectos:
1. nivel de austeridad y estímulo fiscal en cada uno de los países deudores;
2. grado de “mutualización” de la deuda, donde entran todas las posibles formas de recapitalización bancaria, rescates o eurobonos, esto es, hasta qué punto los acreedores quieren respaldarnos y/o perdonar directa o indirectamente lo que debemos;
3. grado de unión fiscal, regulatoria y por tanto política, incluyendo un traspaso de poderes hacia órganos potencialmente federales, que en la Unión no son sino la Comisión y el Parlamento.
Actualmente, los principales órganos de decisión estratégica del continente son, en primera instancia, el Consejo Europeo, que une a todos los Jefes de Gobierno y al Presidente de la Comisión, seguido del el Consejo de la Unión Europea, también llamado Consejo de Ministros, y dentro de todos sus comités, es particularmente relevante el Ecofin, formado por los Ministros de Economía y Finanzas. Se trata de foros donde la discusión toma la forma de un debate entre los partidos gobernantes en Estados soberanos con intereses propios y condicionados por sus votantes, pero desde el cual se intenta construir un Estado federal superior. He aquí el híbrido entre Federación en construcción y mera organización que agrega naciones.
Volviendo a los temas de negociación, las estrategias globales pueden resumirse así: los países del sur (principalmente, Italia y España) apuestan por llevar adelante un menor nivel de austeridad (1) y conseguir un mayor grado de mutualización de deuda (2). Por el contrario, los países del norte (Alemania, Holanda, Finlandia) desean un mayor nivel de contención del gasto (1) y no están dispuestos a mutualización alguna de la deuda (2), requiriendo de hecho una unión fiscal y política que les permita ‘controlar’ a los deudores (3). Así, en la negociación existe posibilidad real de intercambio de “mayor unión” y “mayor mutualización” a cambio de “más control presupuestario” y “más reformas estructurales”. Sin embargo, hay dos problemas: el primero es que la flexibilidad del norte en mutualización es muy baja, dado que no incluye mecanismos de control de la deuda para los países más endeudados ya (quién impide a España endeudarse más cuando le salga más barato gracias a los eurobonos). Por tanto, un cierto grado de mutualización solo se consentiría con una integración fiscal y política profunda que permitiese controlar los déficits potenciales. Pero, y este es el segundo problema, este es un paso enorme. Es tan grande que a Estados Unidos, el experimento más parecido (salvando todas las distancias espaciales y temporales) a la actual Unión Europea, le costó, como quien dice, un siglo y una guerra. Afortunadamente, nosotros ya llevamos la guerra y más de medio siglo. Pero aún nos queda.
Y es que estamos hablando de Gobiernos cediendo una cantidad ingente de soberanía para ponerse en el mismo barco de otros ciudadanos que tienen unas características profundamente diferentes a las suyas. Hablamos de que Grecia y Finlandia, Portugal y Estonia, se encuentren bajo un mismo régimen democrático centrado en el Parlamento y en la Comisión. Unas desigualdades territoriales que si ya suponen un problema en otros Estados federales como Alemania o (sí) España, imaginemos en un conjunto de quinientos millones de habitantes. Volviendo al artículo sobre centralización que citábamos antes, las preferencias y necesidades de todos estos ciudadanos son tan distintas, los sistemas de partidos que las representan están tan arraigados y son tan poco homologables en muchos aspectos, que semejante ejercicio de integración es una tarea hercúlea que no parece que pueda durar menos que décadas.
El problema, claro, es que andamos negociando mes a mes. Que los tres puntos sobre la mesa volverán a estarlo en septiembre, si no antes. Y para todos los que pensamos que Europa es la única salida con sentido para todo este lío, eso es lo más preocupante. eldiario.es LVNGU

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