Si todos estamos de acuerdo, entonces, ¿por qué no avanzamos? ¿Dónde
quedan los Estados Unidos de Europa?, se pregunta el ciudadano (y el
analista) anonadado. La respuesta es que quedan lejos. La euforia
desatada tras la última cumbre ha tardado poco en ser relativizada por
los hechos de la semana posterior. Estamos un poco, pero muy poco más
cerca de la Unión de lo que estábamos. ¿Por qué?
Desde luego, no es porque el problema económico de fondo tenga una
solución extremadamente compleja. Durante la expansión de los últimos
quince años, una serie de países entre los que se encuentra España nos endeudamos demasiado, particularmente a nivel privado, aunque cabe decir que hemos llegado a un punto en el cual es difícil distinguir a efectos prácticos entre la deuda de los bancos y de los Estados,
de manera que salvar a los unos es salvar a los otros. Esta deuda tiene
que ser devuelta si queremos cumplir con nuestros compromisos, y para
ello tenemos dos opciones combinables: gastar menos, producir más. Ir a
por ambas significa poner en común consolidación fiscal, reformas
estructurales, devaluación fiscal, moderación salarial, e inflación a
cambio de deuda por parte del banco central. Lo que sucede es que para
llegar a esta decisión (o a cualquier otra) es necesario pasar por un
proceso de negociación en algo que ni es ya un organismo internacional,
ni se trata aún de un Estado federal. La crisis nos ha pillado a medio
hacer, y llevamos dos años e infinitas cumbres sufriéndolo.
Simplificando mucho, cada vez que los Ministros de Economía o los
Jefes de Gobierno han acudido a una cumbre desde enero de 2010 (antes
del primer rescate a Grecia), tenían que elegir sobre los siguientes
aspectos:
1. nivel de austeridad y estímulo fiscal en cada uno de los países deudores;
2. grado de “mutualización” de la deuda, donde entran todas las
posibles formas de recapitalización bancaria, rescates o eurobonos, esto
es, hasta qué punto los acreedores quieren respaldarnos y/o perdonar
directa o indirectamente lo que debemos;
3. grado de unión fiscal, regulatoria y por tanto política,
incluyendo un traspaso de poderes hacia órganos potencialmente
federales, que en la Unión no son sino la Comisión y el Parlamento.
Actualmente, los principales órganos de decisión estratégica del
continente son, en primera instancia, el Consejo Europeo, que une a
todos los Jefes de Gobierno y al Presidente de la Comisión, seguido del
el Consejo de la Unión Europea, también llamado Consejo de Ministros, y
dentro de todos sus comités, es particularmente relevante el Ecofin,
formado por los Ministros de Economía y Finanzas. Se trata de foros
donde la discusión toma la forma de un debate entre los partidos
gobernantes en Estados soberanos con intereses propios y condicionados por sus votantes,
pero desde el cual se intenta construir un Estado federal superior. He
aquí el híbrido entre Federación en construcción y mera organización que
agrega naciones.
Volviendo a los temas de negociación, las estrategias globales pueden
resumirse así: los países del sur (principalmente, Italia y España)
apuestan por llevar adelante un menor nivel de austeridad (1) y
conseguir un mayor grado de mutualización de deuda (2). Por el
contrario, los países del norte (Alemania, Holanda, Finlandia) desean un
mayor nivel de contención del gasto (1) y no están dispuestos a
mutualización alguna de la deuda (2), requiriendo de hecho una unión
fiscal y política que les permita ‘controlar’ a los deudores (3). Así,
en la negociación existe posibilidad real de intercambio de “mayor
unión” y “mayor mutualización” a cambio de “más control presupuestario” y
“más reformas estructurales”. Sin embargo, hay dos problemas: el
primero es que la flexibilidad del norte en mutualización es muy baja,
dado que no incluye mecanismos de control de la deuda para los países
más endeudados ya (quién impide a España endeudarse más cuando le salga
más barato gracias a los eurobonos). Por tanto, un cierto grado de
mutualización solo se consentiría con una integración fiscal y política
profunda que permitiese controlar los déficits potenciales. Pero, y este
es el segundo problema, este es un paso enorme. Es tan grande que a
Estados Unidos, el experimento más parecido (salvando todas las
distancias espaciales y temporales) a la actual Unión Europea, le costó,
como quien dice, un siglo y una guerra. Afortunadamente, nosotros ya
llevamos la guerra y más de medio siglo. Pero aún nos queda.
Y es que estamos hablando de Gobiernos cediendo una cantidad ingente
de soberanía para ponerse en el mismo barco de otros ciudadanos que
tienen unas características profundamente diferentes a las suyas.
Hablamos de que Grecia y Finlandia, Portugal y Estonia, se encuentren
bajo un mismo régimen democrático centrado en el Parlamento y en la
Comisión. Unas desigualdades territoriales que si ya suponen un problema
en otros Estados federales como Alemania o (sí) España, imaginemos en
un conjunto de quinientos millones de habitantes. Volviendo al artículo
sobre centralización que citábamos antes, las preferencias y necesidades
de todos estos ciudadanos son tan distintas, los sistemas de partidos
que las representan están tan arraigados y son tan poco homologables en
muchos aspectos, que semejante ejercicio de integración es una tarea
hercúlea que no parece que pueda durar menos que décadas.
El problema, claro, es que andamos negociando mes a mes.
Que los tres puntos sobre la mesa volverán a estarlo en septiembre, si
no antes. Y para todos los que pensamos que Europa es la única salida
con sentido para todo este lío, eso es lo más preocupante. eldiario.es LVNGU
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