“¿Cómo es posible que el Consejo de Administración entrante –que
supuestamente ha de velar por los intereses de los accionistas, al igual
que el saliente- dedique todos sus esfuerzos a justificar la actuación
del Consejo saliente en vez de depurar responsabilidades?” He aquí una
de las frases más ilustrativas del auto del juez Andreu en el que admite
a trámite la querella contra los responsables de Bankia presentada por
UPyD.
La afortunada expresión “¿cómo es posible?”, nos ha resultado a todos
muy útil en los últimos tiempos: una muletilla para expresar a la vez
el estupor y la desazón de un hecho cuya injusticia cuesta llegar a
concebir; el asidero con que describir una realidad inverosímil. El juez
la emplea con tino: cómo es posible que el Consejo de una entidad no
defienda a sus accionistas y los lleve a la ruina. La pronuncian también
los ciudadanos desde hace meses: cómo es posible que los contribuyentes
vayamos a pagar a Bankia más de 23.000 millones y aquí no pase nada.
Los periodistas la repiten: cómo es posible que todo esto no lo
investigue el Parlamento. Quienes compraron preferentes también la han
balbucido, en la soledad de sus casas: cómo es posible que se queden con
mis ahorros, toda una vida de trabajo, y nadie vaya a la cárcel. Y los
expertos financieros, en vista de que la auditora no firma las cuentas:
cómo es posible que nadie responda. Y los manifestantes, y los paseantes
del Retiro, y el maromo musculado del gimnasio, y la barrendera de mi
calle: ¿cómo es posible?
Con motivo del anuncio de la nacionalización de BFA, al ministro Luis
de Guindos le preguntaron en una rueda de prensa si el Gobierno veía
alguna responsabilidad. Contestó lacónico: No, no hemos encontrado
ninguna. Y los televidentes clamaron al unísono: ¿cómo es posible?
Deliberadamente, se obstruyó la vía política para depurar
responsabilidades, porque quienes debían velar por su apertura también
están directa o indirectamente implicados. Ahora se ha abierto la vía
judicial.
A la impunidad, el “cómo es posible” añadía una sensación de
irrealidad, la misma en la que se desenvolvían con naturalidad todos los
interesados en el encubrimiento. Lo recordaba recientemente el
Financial Times: el día de la salida a bolsa de Bankia, se respiraba
euforia en el parqué madrileño. Rato agitaba el badajo de la campana
mientras en las pantallas el verde de las acciones de Bankia se tornaba
rojo en cuestión de minutos. Cuando las acciones comenzaron a caer, se
apagó la pantalla gigante. Pensaron que así nadie se daría cuenta de la
pérdida. Creyeron que si decían a la gente humilde que las preferentes
les rendirían muchos beneficios, acabaría ocurriendo. La contabilidad
creativa, el modernismo del dinero, quiso extralimitar su ficción más
allá del mundo financiero: se comportaron como si bastara con que el
Gobierno decretara la impunidad para conseguirlo.
Pero no ha sido posible. Gracias al auto del juez Andreu, las cosas
empiezan a recobrar un aire real. Comencemos a narrar la historia de
nuevo: había un sistema bancario semi-público, el de las cajas
fusionadas, gobernado por quienes lo saqueaban, quebrado por los
farsantes que engañaron a clientes, ahorradores y accionistas. Por esa
faena superior cobraban jugosas indemnizaciones y pensiones, mientras
nos decían que todo era legal y se negaban a investigarlo en el
Parlamento. Se disponían a encubrirlo con un inmenso rescate español y
otro europeo. No lo han conseguido. La realidad se va abriendo paso. La
impunidad empieza a retroceder. Hemos pasado del “cómo es posible” al
“sí, es posible”. Y cambia el estado de ánimo: la gestión política de
las cajas y de Bankia ha fallado a los ciudadanos, pero también la
política –un partido político- se moviliza para que fracase su ficción y
su fraude. Ahora miles de ciudadanos depositan su esperanza en la
Audiencia Nacional, allí donde no llegan los tentáculos del duopolio.
Ahora todo es posible. Seguiremos informando. eldiario.es AIME
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