Las batallas de poder se dirimen a veces en unas pocas palabras. Lo
hemos visto en el forcejeo semántico que estos días mantienen Mariano
Rajoy y los líderes de la Unión Europea (UE) para describir lo que
ocurre. Primero la batalla se centró en la naturaleza del rescate y
ahora en las contrapartidas. La elección de las palabras no es inocente
pues, como ironizaba la revista Time en el titular de su crónica sobre “Como España aceptó ser rescatada”, no es lo mismo decir tomate que decir rescate.
Después de haber pretendido presentar el rescate financiero como una victoria y
de haber fracasado en ese intento nada menos que en las portadas de los
principales diarios del mundo, la imagen del presidente español quedó
seriamente dañada. En un primer momento, el error del presidente y
su entorno se atribuyó a una pérdida del sentido de la realidad; a que,
sobrepasado por la dimensión del desafío, trataba de negar la evidencia
de la misma manera que su antecesor, José Luis Rodríguez Zapatero,
trató en 2008 de negar que la crisis hubiera alcanzado a España.
El hecho de que el presidente ni siquiera compareciera ante los
medios en un momento tan delicado para el país abona esta idea. Pero lo
que dijo cuando lo hizo y la forma en que gestionó la crisis en los días
siguientes indican que no estamos ante un error de percepción de la
realidad, sino ante un error de cálculo sobre su propia capacidad para
condicionar la percepción de los demás. Sobre su capacidad para imponer
una determinada visión de lo que ocurre. Algo muy parecido, salvando las
distancias, a lo que sucedió en 2004 con la gestión del atentado
terrorista del 11M.
La pretensión de modular un estado de opinión favorable parte del
convencimiento de que, a base de construir y repetir un relato, es
posible llegar a imponer una determinada percepción de la realidad.
Forma parte de las estrategias de mercadotecnia política y a eso se
dedican los llamados spin doctors, una mezcla de asesores de imagen y expertos en propagada política que con frecuencia recurren al lenguaje y las tácticas orwellianas
para presentar las cosas de la forma más conveniente para sus
intereses. Para ello utilizan eufemismos, manipulan el significado de
las palabras y no dudan en recurrir a las medias verdades o las casi
mentiras para lograr sus propósitos distorsionadores. También puede
incluir tácticas encubridoras, como decir lo contrario de lo que se
hace, o elusivas, como culpar a otros de los errores propios.
Este tipo de estrategia entraña, sin embargo, un alto riesgo. La
distorsión es como el veneno. A partir de cierta dosis, mata. El del 11M
fue un engaño tan evidente que tuvo un efecto fulminante y contribuyó a
que el PP perdiera las elecciones del domingo siguiente. La pretensión
de que el atentado era obra de ETA contaba, en principio, con un
elemento favorable: era verosímil. Pero intentar imponer esa tesis a
toda costa cuando ya todos los indicios señalaban al terrorismo
islamista, convirtió esa osadía en puro cianuro.
En la actual crisis del rescate financiero, el engaño resulta menos
sangrante, pero el error de percepción es de la misma naturaleza. El
rescate ponía en evidencia el que había sido el discurso central del PP
de los últimos años. Rajoy iba a sacar a España de la crisis. El PP
había convencido a sus electores de que el problema era la forma en que
Zapatero gestionaba la crisis. Por el mero hecho de cambiar el Gobierno,
decía, la situación iba a cambiar. Seis meses después todos los
indicadores habían ido a peor y España se encontraba al borde del
precipicio. Su sistema financiero iba a ser intervenido. Para poder
mantener el discurso, había que distorsionar la realidad. La consigna
fue evitar a toda costa la palabra rescate, minimizar la importancia de
la ayuda financiera y presentar como decisiones soberanas o victorias lo
que en realidad eran imposiciones.
En
este caso, no ha sido tanto la osadía como un exceso de confianza lo
que ha conducido a la desmesura. Esa confianza, tenía sin embargo, una
cierta base. Al fin y al cabo, negar la evidencia y recurrir a
eufemismos encubridores era algo que el PP venía practicando con éxito
desde que llegó al Gobierno. Llamar la rescate ayuda financiera no era
algo muy distinto de llamar reformas a los recortes, decir que se va a
facilitar la contratación cuando lo que se facilita es el despido, o que
se adoptan incentivos fiscales para recaudar más cuando lo que se está
haciendo es perdonar impuestos a los defraudadores. La lista de ejemplos
es larga e incluye perlas como la aportada por el ministro Alberto Ruiz
Gallardón al afirmar que Carlos Dívar iba a “salir reforzado” de la
acusación de malversación, que ilustra muy bien el tipo de distorsión
del estamos hablando.
¿Por qué en el caso del rescate no ha funcionado? Por su dimensión internacional.
Cuando la batalla se centra en asuntos domésticos, la reacción a la
manipulación queda diluida en una guerra de versiones. El objetivo es
siempre imponer el propio discurso y, si no es posible, por lo menos
neutralizar la crítica o la disidencia por la vía de reducirla a “la
otra versión” de los hechos. Para ello es muy importante disponer de
múltiples altavoces. En esto el PP cuenta con una posición muy favorable
porque el ecosistema mediático está articulado en España de forma muy
desequilibrada. El bloque ideológico que va del centro a la derecha
extrema tiene un gran número de cabeceras y emisoras. El que va del
centro a la izquierda, muy pocas. Esto tiene mayor importancia de lo que
parece. Aunque muchos de los medios sean deficitarios y tengan
audiencias reducidas, contribuyen a dar la impresión de que el relato es
ampliamente compartido.
Así pues, mientras el asunto en cuestión se circunscriba al ámbito
doméstico, las posibilidades de éxito son altas. Pero cuando, como
ocurrió con el atentado del 11M y ahora con el rescate financiero, lo
que está en juego trasciende las fronteras nacionales, el control del
relato es mucho más difícil. Y el riesgo de fracaso mucho mayor. Eso es
lo que los spin doctors de Rajoy no calibraron bien.
La prensa internacional no dudó en calificar el rescate de rescate y
los gestos destinados a ocultar la realidad y presentarlo como una
victoria sin contrapartidas fueron interpretados como signos de
prepotencia y de falta de rigor. “Rajoy exhibe el rescate como una
victoria”, tituló, escandalizado, el Financial Times en
portada. Rajoy trata ahora de recuperar imagen y lo ha conseguido en
parte colocándose en la estela de los presidentes francés e italiano,
pero los errores cometidos en la gestión inicial del rescate le pasarán
factura. De momento le ha quebrado el discurso y ha desenmascarado la
estrategia orweliana que utiliza: llegó al Gobierno prometiendo
contar siempre la verdad y llamar a las cosas por su nombre y lleva
seis meses haciendo justo todo lo contrario. Pero esta vez no ha colado y
además el truco ha quedado expuesto a la vista de todos con luces de
neón. elpais.es
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