Por encima del 7% en los intereses de los bonos españoles a diez
años, la mente del Gobierno se nubla, resulta muy difícil respirar y no
es posible reaccionar con rapidez ante un imprevisto.
Por encima de los 8.000 metros en el Everest, los montañeros saben que se encuentran en una zona hostil en la que aclimatarse resulta imposible para el ser humano. Le llaman la zona de la muerte.
Ningún país ha sobrevivido mucho tiempo en la eurozona por encima del
nivel del 7%. La constitución física del país importa. Una economía del
tamaño de Irlanda o Portugal no aguanta tanto allí como España o Italia.
Aun así, creer que es posible permanecer mucho tiempo en esa zona es un
error que se paga con la muerte.
A esa altitud, el aire contiene solo una tercera parte del oxígeno
que hay a nivel del mar. Hay tan poco oxígeno y el nivel de estrés es
tan alto que el cuerpo se consume a sí mismo para no perecer. El gasto
de calorías alcanza niveles espectaculares. Si se llega a la cumbre, el
cuerpo puede haber gastado hasta 15.000 calorías, casi diez veces más
que una persona de poca actividad.
Abandonada por los inversores de compra de deuda, una economía tiende
a alimentarse de sí misma para sobrevivir. Los tipos ascienden de forma
desaforada no por ninguna conspiración, sino porque nadie quiere
comprar esos bonos. La garantía implícita en la formación de la eurozona
de que ningún país suspendería pagos ha quedado superada por la
realidad a causa de la crisis de Grecia y de lo que han venido después.
Cualquier cosa es posible.
Los únicos que compran son algunas de las partes integrantes de esa
misma economía: los bancos del país. Para ello, han recibido dinero
prestado por el BCE al 1%. Y son susceptibles a las presiones del
Gobierno. Al final, forman el círculo vicioso del que tanto se ha
hablado estos días. Son dos tullidos que caminan de forma inestable
apoyados entre sí.
Salvo los mejores escaladores, nadie transita en la zona de la muerte
sin recurrir a botellas de oxígeno. Esa ayuda permite a montañeros poco
experimentados o en no muy buena forma física emprender una subida que
está fuera de sus posibilidades. Los bancos españoles no podrían haber
interpretado el papel de salvadores de la deuda sin el dinero inyectado
por el BCE (287.000 millones de euros en mayo).
Todo el mundo sospecha que el sector financiero español alberga
varias entidades zombi, muertos vivientes podridos por los créditos
impagados de la burbuja inmobiliaria que deberían haber sido eliminados
hace tiempo. Durante los últimos cuatro años, dos gobiernos sucesivos
han negado esta realidad.
El anterior dijo que los bancos españoles eran los mejor gestionados y
regulados de Europa. El actual sostiene que sólo el 30% del sector
financiero tiene problemas. Sin el oxígeno del BCE, varios de ellos
habrían caído en bancarrota, y la discusión sobre si su fin se produjo
por un problema de insolvencia o de falta de liquidez sería un simple
tema de interés académico para especialistas.
La confusión mental es inevitable
con los tipos rondando el 7%. Un presidente puede viajar a Polonia a
ver un partido de fútbol tras decir que el tema de la crisis bancaria ha
quedado “resuelto”.
Puede negarse a reconocer que el rescate bancario supone un
reconocimiento obvio de que el Estado no tiene fondos suficientes para
rescatar a sus bancos y terminar diciendo que esos 100.000 millones
comprometidos son un ejemplo de la confianza de Europa en los bancos
españoles. El oxígeno no llega con facilidad al cerebro en esas alturas.
La falta de coordinación motriz acompaña a cualquier trayecto por la
zona de la muerte. El ministro de Hacienda hace incursiones en las
competencias del ministro de Economía y bromea con la existencia
de los “hombres de negro”. Altos dirigentes del partido especulan
alegremente con el argumento de que no sería tan dramático un rescate de
España. El ministro de Economía dice que el pago de intereses del
rescate bancario afectará al déficit, mientras que su jefe afirma al día
siguiente que no será así en absoluto (hasta que unos días después es
él el cazado en falso por Eurostat).
En los casos más graves, la exposición a las durísimas condiciones de
la zona de la muerte incrementa el riesgo de varias enfermedades:
migrañas, pérdidas de visión, congelaciones, hipotermias, edemas o
ataques cardíacos.
Otro efecto frecuente es el de sufrir alucinaciones. Como creer que
el BCE terminará salvando a España a través de la compra masiva de deuda
y que no hay que hacer otra cosa que resistir y ser paciente.
Pero en la zona de la muerte a veces la ayuda no llega. I. Sáenz de Ugarte eldiario.es
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