El cinismo es como una violencia añadida, a menudo más insoportable y
cruel que la agresión principal. La sonrisa y el porte chulesco de
Txapote ante el tribunal que le juzga ahondan en la herida de los
familiares de sus víctimas, ampliando así la bomba expansiva de su acto
criminal, como la cara divertida de los soldados americanos mientras
mean sobre los cadáveres de los iraquíes a los que previamente han
asesinado, o sus rostros felices fotografiados con el signo de la
victoria ante los presos a los que antes habían sometido a las más
refinadas suertes de tortura.
El cinismo es el oxígeno mismo de la política, pero es en las
dictaduras donde alcanza la categoría de arte. Los dictadores establecen
la paz después de eliminar sumariamente a miles o a millones de
compatriotas, impiden la libertad en nombre de la libertad, y hasta
encierran a sus opositores en campos de exterminio, como en Auschwitz,
después de haberles hecho pasar bajo la promesa cínica, escrita en el
dintel de la puerta de entrada, que no de salida, de que “el trabajo os
hará libres” (en traducción igual de libre).
Cuanto más injusto es el personaje o el sistema, más se emplea el
cinismo como arma de defensa o de agravio. A sor María, la monja acusada
de pertenecer a una piadosa red mafiosa de compraventa de bebés
robados, una “hermana” sonriente le acompaña en sus citas ante el
juzgado, porque ya se sabe que las monjas siempre van al baño (de
lágrimas) de dos en dos. Una sonrisa idiota, simple, hiriente, supongo
que programada por la defensa de su hermana mayor, pretende inútilmente
subrayar ante la prensa y el resto de congregados ante las puertas del
juzgado que dios sabe bien que acusar de semejante delito a una monja
solo es posible en un país de infieles como el nuestro. ¿De qué coño se
ríe la monjita: del suyo propio o del de su hermana en el Señor?
Con una sonrisa intentaba Dívar ocultarnos la personalidad relevante
que le acompañaba, a gastos pagados por todos nosotros, en sus cenas con
velitas (¿rosas?) de sus semanas caribeñas en Marbella. Su sucesor en
el Consejo General del Joder Pudicial, Fernando de Rosa, el amigo de
Camps, el antiguo consejero de Justicia de la Generalitat valenciana,
esa cueva que desprende peor olor que la Dinamarca de Hamlet, viene a
subrayar con otra sonrisa su intención de “trabajar para recuperar la
confianza de la sociedad en la Justicia”. A ver si lo entendéis, que os
veo un poco distraídos: un exconsejero de Camps viene a intentar
establecer nuestra confianza perdida en la administración de justicia.
¿De qué cojones se ríe: de los suyos propios, de los de Dívar, de los de
Camps o de los nuestros?
Ya sé que es difícil calificar de sonrisa esa mueca de Mariano Rajoy,
esa especie de covachuela que se abre en su rostro cuando despliega los
labios, pero el pobre es lo mejor que tiene para enseñar cuando se
trata de negar el rescate a la banca española, o cuando afirma que los
programas electorales como el suyo están para ser ignorados por causas
más nobles cuando se alcanza el poder. Aunque para ello haya que abrir
un hueco, un socavón, en forma de sonrisa. Reconozco que me entran los
siete males cuando los cínicos sonríen, pues su sonrisa siempre es el
preámbulo de una agresión.
En algunas ocasiones, la sonrisa solo es el reflejo de la capacidad
intelectual del sujeto. La sonrisa del idiota no es necesariamente un
síntoma de felicidad sino de un estado de perturbación o de deficiencia
mental. Por eso hay que apartarse corriendo cuando un banquero o un
ministro sonríen: o son unos malvados, o tontos de remate. Al recién
nombrado ministro griego de Finanzas, banquero para más señas, ya le dio
un arrechucho antes de tomar posesión de su cargo, quizá porque vio a
tiempo que la cosa está como para morirse. Él se encuentra en
observación hospitalaria mientras su país está en observación bancaria.
Sus compañeros de Gabinete, pletóricos de salud, sí sonreían ante la
tríada de clérigos que les tomó juramento: un Gabinete de cínicos o de
inconscientes jurando ante tres representantes del cinismo supremo que
toman juramento en nombre de un dios inexistente.
Y si dios falla, está su madre de milagrera suplente. En las
devociones marianas, como las que padece nuestra ministra de Empleo,
Fátima Báñez (doble devota mariana: de Mariano Rajoy y de la Virgen del
Rocío), una sonrisa puede subrayar la mejor colección de insensateces
que un ministro se haya atrevido a pronunciar jamás en democracia: “En
este camino hacia la búsqueda de oportunidades para todos los españoles
se ha encontrado a esa embajadora universal de Huelva en el mundo, que
es la Virgen del Rocío”.
Yo me preguntaba tontamente de qué coño se ríe la monjita, de que
cojones se ríen Fernando de Rosa, Fátima Báñez o Mariano Rajoy. Pero
Nacha Guevara, con palabras prestadas por Mario Benedetti, hace ya
tiempo que lo cantaba con mucha más gracia que yo y con una delicadeza
infinitamente mayor:
3N33D5
En una exacta foto del diario,
señor ministro del imposible,
vi en plena risa y en plena euforia
y en pleno gozo su rostro simple.
Seré curiosa, señor ministro,
¿De qué se ríe?
¿De qué se ríe?
……………..
Aquí en la calle suceden cosas
que ni siquiera pueden decirse.
Los estudiantes y los obreros
ponen los puntos sobre las íes.
Por eso digo, señor ministro,
¿De qué se ríe?
¿De qué se ríe?
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