Uno de los principales escollos para que la Unión Europea vaya dando
pasos hacia un modelo federal y se convierta algún día en los Estados
Unidos de Europa es eso que los políticos llaman cesión de soberanía.
En boca de nuestros gobernantes ceder soberanía es poco menos que
vender la patria, otorgar a unos extranjeros no elegidos por españoles
el poder de decidir sobre lo nuestro.
Pero no hace falta fundar los Estados Unidos de Europa para ceder
soberanía. Zapatero elevó el déficit cero a la categoría de valor
constitucional, a la misma altura que los derechos humanos, sin que
nadie hubiera votado una medida tan radical. Y unos meses más tarde el
Partido Popular ganó las elecciones con un programa electoral al que ha
dado la vuelta como un calcetín. Nadie votó entonces la reforma de la
Constitución y nadie ha votado ahora el desmantelamiento del sistema de
salud y educación públicas.
Nuestros políticos nos meten miedo con la terrible cesión de
soberanía, pero los únicos asustados son ellos: si algún día los
europeos elegimos un presidente de los Estados Unidos de Europa con
poderes ejecutivos, un único Parlamento en Bruselas con capacidad para
legislar en todos los ámbitos, un solo Banco Central y una única
autoridad financiera no sólo no habremos cedido un ápice de soberanía,
sino que habremos recuperado la que ahora se encuentra en las manos de
los especuladores financieros. Con una política europeísta y radical,
los únicos que cederían poder serían nuestros Zapateros y Rajoys,
degradados a la categoría de políticos locales. Con un poder
centralizado en Bruselas, los concejalillos de toda España verían
reducido el inmenso poder que han tenido hasta hoy y que les ha
permitido destruir, al margen de sus votantes, buena parte de nuestro
litoral.
Si en un país se pueden inyectar más de 20.000 millones de euros
públicos para reflotar un banco sin que ningún responsable del mismo
cuente en el Parlamento cómo se ha llegado a esa situación; si en ese
mismo país el presidente del Poder Judicial puede pagar sus gastos
privados, sus cenitas para dos, sus hoteles de lujo y sus vacaciones de
fin de semana con dinero público sin que nadie le obligue a dar
explicaciones; si en ese país además las cuentas públicas del jefe del
Estado son las más opacas de la Administración y la Iglesia católica
está exenta del pago de impuestos sin que ninguno de los dos partidos
mayoritarios mueva un dedo para remediarlo, ese país sí que ha cedido su
soberanía. Pero no es esta cesión de soberanía la que preocupa a los
líderes del PP o del PSOE. Ellos están comodísimos con este déficit
democrático que redunda en su capacidad de influencia, y no se les ve
muy dispuestos a regenerar el sistema, si la salud democrática implica
la pérdida de su poder.
La conversión de la Unión Europea en un verdadero Estado federal no
es una cesión de soberanía, sino la última oportunidad que tenemos de
rasurarnos el pelo de la dehesa y de acabar con los resabios
franquistas, cuando no feudales, que adulteran nuestra democracia. Y
aunque lo fuera, aunque fundar unos Estados Unidos de Europa supusiera
una cesión de soberanía, yo la entregaría íntegra si a cambio se
redujera el insalubre poder de los partidos, se castigaran
comportamientos como los de Dívar o Rato y se acabara de una vez por
todas con los privilegios medievales de la Iglesia y la Corona.
Antonio Orejudo el diario.es
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